Lo he intentado todo. Matarte en mi memoria y enterrarte en lo más profundo de mi ser. Pero no puedo. Te amo demasiado como para hacerlo. Hacer que nunca te conocí y seguir con mi insignificante vida. Pero no me atrevo. Tú no lo sabes, pero me envuelvo en cada una de tus palabras que me llenan por dentro, algo que nunca nadie había hecho. Seguir siendo tu amigo, fingiendo que el amor que te declaro es solo fraternal. Pero no quiero. No quiero renunciar a tu existencia bendita que me cubre de espinas a la vez que con rosas.
No tengo nada de nada. Porque no te tengo a ti. Por algo esto debe estar pasando. Quizás es una lección de la vida. Y vaya lección. A veces maldigo tu existencia; otras alabo tu esencia. Porque por ti se me están acabando los pensamientos positivos y mi sentido del humor.
Ansío desesperadamente tocarte por primera vez, conocer tu mirada, que la siento cada vez que despierto y visualizarte de una vez, por todas, porque por primera vez, mi amor por ti es ciego. No me importa como seas físicamente, aún así te voy amar sobre todas las cosas.
Cada día que no hablo contigo es un suplicio. Me pregunto a todas horas que estarás haciendo en ese preciso momento. Intento calcular el momento exacto en el que te veo aparecer con un “Hola”.
En otro de mis intentos por olvidarte, he tratado de fijarme en otras personas, pensando que tú no eres la correcta y que mi otra mitad está en otro lado. Pero eso para mí sería como ignorar tu existencia.
Créeme, no es nada sencillo arrancarte de mis pensamientos. Te volverías un recuerdo. Y no quiero que seas eso. En realidad, solo hay algo que quiero, y ese algo eres tú.